CUANDO YA SOMOS MUY ANCIANOS

 

“Detrás y delante me rodeaste” (Salmo 139:5).

 

Cuando la voluntad ha olvidado su meta en la vida,

Y la mente solo avergüenza a su previa fama,

Y la persona no está segura de cómo se llama,

El poder del Señor llenará su frágil vasija.

Amy Carmichael

 

Cuando ya no valemos por nosotros mismos y nuestra mente no da más de sí, cuando nuestra memoria no funciona y no nos acordamos de la respuesta a la pregunta que acabamos de hacer; cuando no sabemos si hoy es lunes o viernes, o si hemos desayunado o merendado, o si el plato que tenemos delante es la cena o el almuerzo; cuando el día se confunde con al noche, y el recorrido al lavabo llega a ser peligroso y todo es un desafío, cuando nos dormimos en medio de la conversación y nadie nos despierta, sigue habiendo Uno que vela por nosotros y nos rodea con su presencia. Su “detrás y delante me rodeaste” nunca cambia.

 

                      Nunca estamos tan discapacitados que seamos un estorbo para Él. No valemos menos para Él ahora, porque no podemos servirle como antes. Nuestro valor nunca ha dependido de nuestra fuerza. Para Él no somos un trasto inútil y desechable. Siempre que estamos vivos nos está usando de maneras insospechadas. Su amor por nosotros no mengua con los años o con nuestro estado de salud. El amor de Dios es constante. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:13, 14). Sigue velando por nosotros cuando ya no podemos hacerlo por nosotros mismos. De mayores, todavía le somos preciosos, tanto como cuando estábamos en nuestro apogeo. Seguimos siéndole entrañables.

 

                      Una vieja, despeinada, dormida al sol con la boca abierta y las gafas todavía puestas, es tan valiosa para el Señor como la enfermera que la atiende; el cuerpo del anciano con la boina y el bastón, es tan templo del Espíritu Santo como el del joven predicador. El Espíritu Santo no se va cuando disminuye nuestra fuerza; su poder se perfecciona en la debilidad. El poder de  Dios no se debilita en nuestra debilidad, se manifiesta, porque es todo lo que hay.       

 

                      “Oídme, oh casa de Jacob, y todo el resto de la casa de Israel, los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz. Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Is. 46: 3, 4). El que vela por los bebés, vela por los ancianitos con amor entrañable.